Andres Eloy Blanco.
He renunciado a ti.
No era posible.
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan
a lo inaccesible una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando cómo el río
se iba poniendo encinta de la estrella...
Hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...
He renunciado a ti,
serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
como el que ve partir grandes navíos
con rumbos hacia imposibles
y ansiados continentes;
como el perro que apaga
sus amorosos bríos
cuando hay un perro grande
que le enseña los dientes;
como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.
He renunciado a ti,
como renuncia el loco a la palabra
que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos extáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia,
soplando los cristales
en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti,
y a cada instante renunciamos un poco
de lo que antes quisimos y al final,
cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo voy hacia mi propio nivel.
Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo,
seré mi propio dueño;
desbaratando encajes
regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje
de regreso del sueño...
A FLORINDA EN INVIERNO
Al hombre mozo que te habló de amores dijiste ayer,
Florinda,
que volviera,
porque en las manos te sobraban
flores para reírte de la Primavera.
Llegó el Otoño:
cama y cobertores te dio en su deshojar
la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste:
-Espera.
Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño
que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.
MIEDO
La sombra de una duda sobre mí
se levanta cuando llega el arrullo
de tu voz a mi oído;
miedo de conocerte;
pero en el miedo hay tanta pasión,
que me parece que ya te he conocido.
Yo adiviné el misterio cantor de tu garganta.
¿Será que lo he soñado?
Tal vez lo he presentido:
mujer cuando promete y nido cuando canta;
mentira en la promesa y abandono en el nido
Quizá no conocernos fuera mejor;
yo siento cerca de ti
el asalto de un mal presentimiento
que me pone en los labios una emoción cobarde.
Y si asoma a mis ojos la sed de conocerte,
van a ti mis audacias,
mujer extraña y fuerte,
pero el amor me grita:
-¡si has llegado muy tarde!...
¿CUÁNTAS ESTRELLAS TIENE EL CIELO?
La última noche que pasamos juntos, lo preguntó:
-¿Cuántas estrellas tiene el cielo?
-Trescientas cincuenta mil.
-¿A que no?
-¿A que sí?
-Cállate.
Esta noche no quiero que preguntes esas cosas.
Esta noche, si quieres preguntar
cuántas estrellas tiene el cielo,
o cualquier otra cosa,
pregunta algo así como
¿me quieres?
¿tienes frío?
¿quién dice que tiene hambre?
Esta noche,
pregunta algo que sea contestado
en el mundo sin palabras.
Interroga con toda tu sangre
algo en que toda la vida
del mundo esté preguntando,
algo así como
¿quién llora?
¿hace falta algo?
Y verás como todo hace falta
y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo
cuando sepas que el cielo tiene una sola
estrella para cada momento,
porque con una que se pierda dará un paso
de sombra la luz del Universo.
LA ÓRBITA DEL AGUA
Vamos a embarcar, amigos,
para el viaje de la gota del agua.
Es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro.
Para nosotros no es sino un punto,
una semilla de luz, una semilla de agua,
la mitad de lágrimas de una sonrisa,
pero le cabe el cielo y sería
el naufragio de una hormiga.
Vamos a seguir, amigos,
la órbita de la gota de agua:
De la cresta de una ola salta,
con el vapor de la mañana;
sube a la costa de una nube insular en el cielo,
blanca, como una playa;
viaja hacia el Occidente,
llueve en el pico de una montaña,
abrillanta las hojas, esmalta los retoños,
rueda en una quebrada,
se sazona en el jugo de las frutas caídas,
brinca en las cataratas, desemboca en el río,
va corriendo hacia el Este, corta en dos la sabana,
hace piruetas en los remolinos y en los anchos remansos
se dilata como la pupila de un gato,
sigue hacia el Este en la marea baja, llega al mar,
a la cresta de su ola y hemos llegado,
amigos... Volveremos mañana.
EL DULCE MAL
Vuelvo los ojos a mi propia historia. Sueños, más sueños
y más sueños... gloria, más gloria... odio...
un ruiseñor huyendo...
y asómbrame no ver en toda ella ni un rasgo,
ni un esbozo, ni una huella del dulce mal
con que me estoy muriendo.
Torno a mirar hacia el camino andado...
Mi marcha fue una marcha de soldado,
con paso vencedor, a todo estruendo;
mi alegría una bárbara alegría...
Y en nada está la sombra todavía
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Surgió una cumbre frente a mí;
quisieron otros mil coronarla y no pudieron;
sólo yo quedé arriba, sonriendo,
y allí, suelta la voz, tendido el brazo,
nunca sentí ni el leve picotazo,
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Volví la frente hacia el más bello ocaso...
Mil bravos se rindieron al fracaso mas,
yo fui vencedor del mal tremendo;
fui gloria empurpurada y vespertina,
sin presentir la marcha clandestina
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Fuerzas y potestades me sitiaron
y, prueba sobre prueba, acorralaron mi fe,
que ni la cambio ni la vendo,
y yo les vi marchar con su despecho feliz,
sin presentir nada en mi pecho
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Mujeres...
por mi gloria y por mis luchas
en muchas partes se me dieron muchas
y en todas partes me dormí queriendo
y en la mañana hacia otro amor seguía,
pero en ninguno el dardo presentía
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Y un día fue la torpe circunstancia
de quedarnos a solas en la estancia,
leyendo juntos, sin estar leyendo,
mirarnos en los ojos, sin malicia,
y quedarnos después con la delicia
del dulce mal con que me estoy muriendo.
PRIMERA ESTACIÓN
Ya rindió una jornada la fiebre de mis brazos
y aún están los leones de mi numen erguidos:
los músculos alertas para nuevos zarpazos
y firmes los pulmones para nuevos rugidos.
MURIÓ DE NUEVO UN DÍA...
Murió de nuevo un día... yo la amaba,
mas sin remedio se murió ese día...
-¡Vuelve, Rabino, vuelve!... -
yo clamaba - pero el Rabino rubio no volvía.
Pasó la niña veinte siglos muerta,
murió Cafarnaún de Palestina y el alma mía,
inútil y desierta, lloraba de inmortal sobre las ruinas.
¡Y la amaba, la amaba...
Su blancura la buscaba en la blanca nebulosa,
su cabellera entre la noche oscura
y en el Poniente su color de rosa...
Y al fin la hallé...
Escondida entre los tules de una puesta de sol,
estaba Ella; su carne inmóvil entre dos azules
inauguraba la primera estrella...
Y la encontré más blanca todavía,
flotando en el azul, sin vestidura,
¡qué blanca estaba así!... la niña mía
tenía veinte siglos de blancura...
Clamé al Amor entonces...
Voces buenas dijeron a lo lejos: -
Te ha escuchado! - clamé al eterno Amor...
y a mi lado la blanca niña era una nube apenas...
Llegó el Amor. Los cielos fueron mudos,
su leve paso silenció la esfera,
llegó el eterno amor de pies desnudos,
maduro el trigo de la cabellera...
"No es muerta... duerme!... y le ordenó:
-¡Levanta! y Ella se alzó, delgada de martirio,
y una voz le subió por la garganta
como una abeja que abandona un lirio.
Y ha vuelto a mí... su cabellera oscura,
su misma voz... pero en la mano fría
con veinte siglos de amasar blancura,
persiste el miedo de morirse un día....
LAS UVAS DEL TIEMPO
Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos,
¡ah, cómo gritan!; claro,
como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre, tan solo!;
pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo,
y el recuerdo es un año pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto:
hay hombres vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes, cencerros y cornetas;
el hálito canalla de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.
Esta es la noche en que todos
se ponen en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido y lo
gozado ayer es una perdida. Aquí es de la
tradición que en esta noche, cuando el reloj
anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman,
al compás de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan:
¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad;
la alegría de cada cual va sola,
y la tristeza del que está al margen
del tumulto acusa lo inevitable de la casa ajena.
¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión
unánime de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
"¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!"
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
"feliz año, señores", y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos el amor de la casa buena.
Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja...»
Y después, en el claro comedor,
la familia congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre,
a mi lado, y mi padre, algo triste,
presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!
¡Mi casona oriental!
Aquella casa con claustros coloniales,
portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
-mis libros preferidos:
tres tomos con imágenes que hablaban
de los reinos de la Naturaleza-.
Al lado, el gran corral,
donde parece que hay dinero enterrado
desde la Independencia; el corral con guayabos
y almendros, el corral con peonías
y cerezas y el gran parral que daba todo
el año uvas más dulces que la miel de las abejas.
Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.
Cuando llegaba la sazón tenía cada racimo
un capuchón de tela, para salvarlo de la gula
de las avispas negras, y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas...
Y ahora, madre, que tan sólo tengo las doce uvas
de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que
fue dulzura las uvas de la ausencia.
Y ahora me pregunto:
Por qué razón estoy yo aquí?
Que fuerza pudo más que tu amor,
que me llevaba a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!
Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas; yo soy un hombre
a solas en busca de un camino.
Dónde hallaré camino mejor que la
vereda que a ti me lleva, madre;
la verdad que corta por los campos frutales,
pintada de hojas secas, siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: "Buenos días, niño",
y el queso que me guardas
siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre,
para un hombre que se
llamó Fray Luis y era poeta.
¡Oh mi casa sin cítricos,
mi casa donde puede mi poesía andar
como una reina!
Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre,
que me dices siempre que son hermosos
todos mis poemas; para ti, soy grande;
cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda,
la promesa de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota del año
que se aleja, pienso en que tienes todavía,
madre, retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras, y manos pulcras,
y esbeltez de talle, donde hay la gracia de la espiga
nueva; que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...
Uvas del Tiempo
que mi ser escancia en
el recuerdo de la viña seca,
¡Cómo me pierdo, madre,
en los caminos hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen
las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo
como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en
el día sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.
Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda tiene el dolor
de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.
NO SON PARA LA LIRA..
.
No son para la Lira manos que odian la calma;
¡para cantarte me he pulsado el alma!
Con un temblor de novia que se inicia,
con un azoramiento de novicia,
el candor de las páginas,
rebaño de gacelas,
aguarda ante mis ojos la llegada del Cántico,
virgen como la espuma del Atlántico
antes del paso de las carabelas...
SILENCIO
Cuando tú te quedes muda, cuando yo me quede ciego,
nos quedarán las manos y el silencio.
Cuando tú te pongas vieja, cuando yo me ponga viejo,
nos quedarán los labios y el silencio.
Cuando tú te quedes muerta, cuando yo me quede muerto,
tendrán que enterrarnos juntos y en silencio;
y cuando tú resucites, cuando yo viva de nuevo,
nos volveremos a amar en silencio;
y cuando todo se acabe por siempre en el universo,
será un silencio de amor el silencio.
LA VACA BLANCA
De un amor que pasó, como un paisaje visto del tren,
cuando se va de viaje; de un romance de un mes,
en un cobijo del llano, una mujer me dejó un hijo.
Ella murió, y abrieron una fosa,
y allí metieron el residuo humano,
y una cúpula azul sobre una losa fue el mausoleo:
el cielo sobre el llano.
Y me dejó un pequeño así de grande y como flor de harina,
con unos ojos como para un sueño
y el laberinto de su lengua china.
Yo vine de muy lejos para verle.
Tenía las pestañas muy largas;
me miró fijamente y me mostró la lengua bajo la calva encía,
con una picardía de granuja que dice:
"Qué me verá esta gente?"
Tuvo hambre.
Yo anduve de covacha en covacha
comprándole su leche al niño ajeno;
cada vez que encontraba una muchacha,
con cierta gula le miraba el seno.
Había seis mujeres:
eran cinco doncellas y una vieja arrugada;
eran diez pechos para los placeres y dos que no servían para nada.
Pasé por el corral y hallé en la puerta la vaca blanca
y su ternera muerta.
Y se vino hacia mí la vaca blanca,
una estrella en la frente y una cruz en el anca...
Mi niño era de nieve; su ternera, de armiño;
por su ternera, yo le di mi niño.
Y era aquel despertar por la mañana,
cuando rompía el sueño el mugir de la vaca en la ventana,
y el breve ordeñador iba al ordeño.
Y aquella boca en el pezón colgante,
y aquel mirar de vaca, mansamente,
y después, él delante del testuz,
y la vaca le lamía la frente. Hoy le enterramos.
Vino la fiebre, y en dos días se me fue.
En el camino he encontrado la vaca;
por la tierra albariza se acercaba a lo lejos su dolor de nodriza...
Los dos nos arrimamos, y se puso a mirarme;
en la frente dolida se le avivó el lucero,
y sus remotos ojos parecían hablarme del dolor
que le daba de perder mi ternero.
Y la nodriza y todo cuanto del llano tuve,
se me quedó en el llano... La vaca me miraba...,
me miraba de un modo,
que yo sentí la angustia de tenderle la mano...
LUNA DE ABRIL
Luna de abril, descotada, con aguazal circunscrito,
desnuda, con desnudez pura de pecho con niño.
Luna llena, ubre de vaca, con lucero becerrillo;
¡qué puro se pone el pecho cuando se le cuelga el niño!
Esta noche yo no siento ni sombra de odio
por nadie ni pena de verme preso,
ni ganas de que me quiten los grillos que me pusieron.
Nada hay más impuro, nada, que el pecho de las mujeres,
pero no hay nada más puro ni mejor para mirarlo
que un pecho fuera del pecho y un niño al lado.
AYER VINO LA PALOMA...
Ayer vino la paloma que viene todos los días,
ayer se paró en la reja y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer me escuchó tranquila y digo en el romancillo
las cosas que le decía:
-Paloma, vuelve a los cielos y mira hacia los tejados;
cuando veas una casa grande, que tiene tres patios;
el primero con palmeras, el segundo con mosaicos,
el tercero, un patio grande con azotea de un lado
y arboleda y gallinero y olor de jabón pintado,
cuando veas esa casa verás en el primer
patio cuatro mujeres cosiendo cuatro mujeres bordando.
Allí llegarás, paloma y allí bajarás al patio
y caerás en las rodillas de la del pelo dorado;
después volarás de nuevo y volverás a mi lado,
y entonces sabré, paloma, si la del pelo
dorado tiene las manos cosiendo, tiene los ojos llorando.
Ayer vino la paloma que viene todos los días,
ayer se paró en mi reja y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros, ayer hablóme tranquila
y digo en el romancillo las cosas que me decía:
-Prisionero, fui a los cielos y miré hacia los
tejados hasta que encontré una casa grande,
que tiene tres patios; el primero guarnecido
Con zócalo de mosaicos, lleno de tiestos con flores
y sillas de junco blanco, con un vitral en el
fondo de vidrios esmerilados; el segundo,
con columnas y reja de alicatados
y con una enredadera y unos rosales cargados;
y el tercero con gallinas y una higuera
y unos plátanos y un hilo con ropa blanca
y olor de jabón pintado. Allí llegué, prisionero,
y encontré en el primer patio tres niños
con las cabezas como zagal de retablo.
Y en el segundo encontré cinco mujeres bordando
cuatro con el pelo negro y una con el pelo blanco.
Allí llegué, prisionero, y allí me metí en el patio
y le caí en las rodillas de aquella del pelo blanco.
Tiene las manos cosiendo, tiene los ojos llorando.
LA MUJER DE SAL ¡
Oh, blancura imposible de la Amada imposible!
¡Por todos mis desvelos cruza,
como un fantasma,
como un jirón de invierno,
su carne sin penumbras,
inverosímilmente blanca!
¡Oh, blancura imposible,
que integra mis delirios y va sobre mi alma,
con la apariencia leve de un sudario
y la verdad de mármol de una lápida!
Si alguna vez la viste, filósofo ambulante,
devanador de calles, enredador de plazas,
tejedor de monólogos, si alguna vez la viste,
di si es verdad que te espantó mirarla.
El resumen de todas las blancuras
en El se anidó como una garza,
y fue en sus manos un sopor de ovejas
y fue lienzo de altar en su garganta.
Vibrante, musical y suspendida sobre la tierra,
su blancura se alza y va floreando sobre
el alto cielo como un arbusto bajo la nevada.
¡Blancura universal, ¡cómo te miro resumida al mirarla!
¡EI blancor de esos días tercamente lluviosos;
las estatuas de mármol recién inauguradas;
el estertor de la pechuga exangüe;
el ruedo que la mar prende a su falda;
la capa voladora del beduino y sus tiendas errantes,
palomar del Sahara; los caminos ahogados en la arena;
al fondo de los árboles, la pared de una casa;
las tumbas escondidas en la noche;
el cirio iluminando la mortaja;
¡yacente livor del esqueleto que el cincel del gusano cincelara;
esas frases inéditas, alargadas de aes,
con que los sordomudos desahogan su rabia;
las gotas de azahar sobre las bodas,
y en la Suprema hora de las ansias,
en el instante de aflojar los brazos,
aquel blanco en los ojos de la mujer cansada!
Blancura universal, ¡Cómo te miro resumida, al mirarte!
El remoto dolor de los pañuelos que aletean de adioses en la playa;
las velas de cien barcos bajo el sol,
que parece que un gran lirio se hubiera deshojado en la rada;
las nubecillas huérfanas que entristecen
los cielos con la miseria de su buche de agua;
la alegría lustral del primer diente que en la frescura
del pezón se clava y en la inquietud de una cabeza negra
la aguja cruel de la primera cana; el alba,
cuando bajo los rayos del ordeño se amanece
de leche la penumbra del ánfora;
el pan de trigo antes de entrar al horno;
el lecho albar que está estrenando sábanas
y la cuerda del patio con la ropa que ponen a secar por la mañana!...
Mucho de amargo y mucho de imposible tiene,
en verdad, la carne de la Amada;
en Ella hay la amargura de esas drogas blanquísimas,
y es imposible como el Himalaya.
Su carne es la Primera Comunión de la Carne,
y tiene lo intocado de las páginas donde no escribió nadie,
porque esperan la mano que escriba con su sangre la Primera Palabra.
¡Mujer de Nieve, inédita de los llanos polares!
¡Mujer de Sal, como la vieja Estatua! Cuando duerme,
su rostro se debe confundir con la almohada,
y cuando muere la creerán dormida,
porque después de muerta no podrá ser más pálida.
¡Mujer de Nieve, efigie de la Muerte, Mujer de Sal,
Estatua! Si has de venir a mí,
ven por la senda más nocturna o más blanca;
así te fundirás en el camino y yo no te veré hasta la llegada
. Vendrás diciendo una palabra hueca,
con muchas aes y la voz muy baja; tus dedos azulados
palparán las tinieblas, y un collar de corales,
ciñendo tu garganta, suspenderá hasta
el vértice de mis presentimientos la evocación de las descabezadas.
Mujer de sal, mujer de nieve, siento como
un largo vacío tu blancura en el alma,
y voy a ti como al abismo el ciego,
aunque presienta que has de ser mañana,
Como la muerte, fría e imposible
y como la mujer de Lot, amarga...
A UN AÑO DE TU LUZ
A un año de tu luz, e iluminado hasta el final de su latir,
por ella, desanda el viaje el corazón cansado.
De tu voz, de tu mano y de tu huella retorna a la niñez,
donde palpita sangres de luz tu corazón de estrella.
Vamos los dos a la esperada cita y parece saltar de mi costado,
santa y clara, tu voz de agua bendita. Y así al solar de la niñez llegado,
mi corazón, devuelto de tu muerte, a un año de tu luz,
e iluminado. Luna de Cumaná,
para encenderte la lámpara de arrullo que me duerma
y el postigo de voz que me despierte.
Luna en el pan de la colina yerma, en el río,
en la sabana, pavón lunar de mariposa enferma;
y luna en el cocal, junto a Chiclana,
donde el recuerdo azul de tus amores se echa a dormir,
como una caravana; luna para los mapas de colores
que teje la nocturna confidencia rumbo a la calle de Flor
de las Flores y luna que en tus uvas aquerencia para miel
de aquellas de tu parra y el limón de las doce de tu ausencia.
Ancha la casa que el poema narra: blancas mujeres,
de azabache el pelo, hechas al par de hormiga y de cigarra;
buenas para el bautizo y para el duelo,
parejas en el hambre o en la medra,
del sueño canto y del dolor pañuelo.
Galaica flor en castellana piedra:
vaciada al acueducto segoviano la ría
de cantor de Pontevedra Así te halló el esposo y hortelano,
Doctor para saber cómo se tienta el pulso al corazón desde la mano.
Así el hogar, señora y cenicienta, nodriza
y enfermera en el manejo y en el combate al sol,
lugartenienta. Así la lucha y la prisión,
espejo de aquella tierra de recluta y canto,
panal del niño y retamal del viejo.
Y tu niño en la flor del camposanto y el Esposo
en el sol de los caminos el exilio y el mar: cosas del llanto.
La isla de los lobos peregrinos, de níspero el sabor,
de perla el flanco, de sal, de sol, de piedra los marinos.
Copia de espuma y ola en el barranco, de noche y playa,
médico y cochero, el coche negro y el caballo blanco.
Y la Virgen del Valle y el vallero, perla para los buzos hacia arriba,
madre del mar y de su marinero. La Isla, como tú, del mar cautiva,
con eso de la sed y de la vela, siempre llegando y siempre fugitiva.
Dormir allí, bajo tu cantinela soñar domingos
de color de playa en la semana de color de escuela.
Dormir allí, pescado en la atarraya de tu labor de estambre
y mecedora, mi sueño, entre las dunas de tu saya.
¡Ay, las hermanas de durazno y mora!
¡Ay, mi hermano de amor y de centella!
¡Ay, mi Padre de luz y tú de aurora!
¡Ay, el claro querer sin la querella! Tu pan, tu sol,
tus ojos, para el día; para la noche, kerosén y estrella.
Para la noche de ponerte fría, cuando oíste subir de tus hinojos
el llanto de mi verso que nacía. Yo en tus rodillas,
en la calle abrojos, en la acera los dos,
y una saeta mi primer verso fue para tus ojos.
Me alzaste en brazos; trémula y coqueta,
fuiste y volviste de la risa al lloro y empezaste a gritar:
-Tengo un Poeta! tú quisiste decir: -
Tengo un tesoro, tengo un ovillo de torzal de plata
y una cocina de fogón de oro... Así la Isla:
calles de piñata, amor de la muñeca y la gaviota,
cartas de sol con lunas de postdata. Hasta el día en que el mar,
gota por gota, cayó desde las nubes de tu llanto hasta
los pies de tu muñeca rota; y otro pedazo tuyo
al camposanto: niña del mar, que te prestó la tierra;
tanto te daba y te quitaba tanto. Y al mar de nuevo,
la balandra en guerra. Y el cabo al tajamar y el salto al
valle del pequeño calvario y la alta sierra. La ciudad linda,
de guirnalda al talle, el bronce amado y verdugo triste
y el silencio del hombre de la calle. Y tus manos
de bruja artesanía en el punto cabal de la chaqueta
y en escarpines de juguetería. (Por eso, tejedora en el poeta,
en la dantesca red de los tercetos engarzo a ti lazada y cadeneta).
Y el regreso a los hijos y los nietos, feliz de tus estancias
favoritas y enredada la lengua de alfabetos;
y la puntualidad de tus visitas a misa de San Juan,
por la mañana, a la capilla de las hermanitas.
Morir, morir... La insustituible hermana al reino de la nube
y de la flecha, luna descalza, huyó por la ventana.
No fue más que otra deuda satisfecha en el trueque de savias
y de flores que había entre la tumba y tu cosecha.
Tu casa de San Luis de los Dolores alzó al lacrimatorio
de los pinos la conciencia de ángel de las flores.
Y tú a sus pies; el odio en los caminos
y tú ofreciendo en el cruzar del fuego aire de amor
a todos los molinos. Era molerte el alma; el mundo ciego
luchando, y tú, en el centro de la guerra, sin queja,
sin rencor y sin sosiego. Y al ultimo dolor,
tu vida cierra balance de los hombres de tu entraña:
bajo la tierra, dos, y uno sin tierra.
Al mar de nuevo, a darme en tierra extraña la valiente
mirada que quería luchar contra la gota en la pestaña. Después,
aquellos hombres de alma fría; el inhóspito lecho hospitalario,
sobre la tela del cercano cielo, el encaje final de tu rosario.
Y el regreso al hogar, el negro vuelo: con las dos alas el avión
cortaba varas de noche para nuestro duelo. Aldebarán,
que nos acompañaba, las Pléyades y el mar que las
refleja miraron una urna que volaba. Al final del
estambre en tu madeja se cuajó en tu mirada nebulosa
la última uva de la noche vieja. Así fue. Y al morir la
dolorosa, un ave negra le llevó al lucero en el pico ladrón la mariposa.
Fue en un día tres veces agorero; ese día de un mes,
nos ha quedado como el mejor para decir «Me muero».
Así fue, madre, el fin de tu bordado como el mejor para decir
«Me muero». Así fue, madre, el fin de tu bordado.
De tus hijas y nietas el gemido puso a temblar el pino abandonado.
En hombros te llevaba el pueblo herido, la múltiple cabeza descubierta,
y al pasar por San Luis, tu viejo nido, el mundo de tu amor
salió a la puerta y el silencio de un hijo que lloraba metió
el pinar en tu cajón de muerta. Aquí conmigo estás;
yo, que soñaba viajar contigo, tengo en tu retrato esa sonrisa
que te iluminaba. Y allá estarás, en el taller beato,
para vestir de blancos faldellines a mi angelito negro y mulato
, para llenar de azules escarpines, tejidos con celajes de destellos,
la canastilla de los serafines. Estamos con los hijos y hasta
ellos vemos caer la luz de tu mirada, peinando con tu
nombre sus cabellos. Tenemos tu sonrisa iluminada;
la voz de tu trisagio y de tu misa le grita a mi dolor:
-¡No ha muerto nada! Con bosque y mar, con huracán y brisa,
con esa misma muerte que te encierra, de la gracia inmortal
de tu sonrisa llenos están los cielos y las tierras.
TRÁNSITO DE UN RETRATO DE NOVIA
Hoy no ha podido el techo quítame el sol,
como todos los días; hoy no ha podido el techo
quítame las estrellas, como todas las noches,
porque hoy vino el Retrato. Saltó la tapa de este
viejo cofre y he visto al cielo con su sol de guardia.
La novia venía sola y en grupo con la mañana.
Yo no me daba cuanta de lo hermosa que era,
de lo que eran sus ojos; amigo, hay que estar
preso para saber lo hermoso que es lo hermoso.
Yo no me daba cuenta de aquellos ojos anchos,
con una luz paisana, donde el quieto país de
la pupilas oprime la provincia de una lágrima.
Yo no me daba cuenta de cómo todo eso habla
de frío y choza y luz en la ventana. Yo no me
daba cuenta de esa sombra de luz, de esa luz
como en sombras, que es el zaguán de la belleza.
La encuentro más delgada. Se quedó triste en el
retrato mismo y un dedal de sonrisa que querría mandarme
se le quebró en el borde de un puchero imprevisto.
Antes de mi prisión era menos mujer.
¿Si será por los meses? ¿Si será por los siglos?
Pero, nada como la alegría de encontrarme presente en su cabeza,
nada como saber que no se ha cortado las trenzas.
Muchas gracias, coqueta; muchas gracias, aduladora,
ya sabes que me gustas con los cabellos largos
y cómo te odiaría con la trenza cortada, fea,
como un muchacho. En cambio, qué bien vas cuando vas por la casa,
con el pelo tendido, con el pelo en la espalda,
con el pelo en las sienes recogido en dos bandas
y aquella boca que llora si tardan en retratarla.
Así debe estar la tierra, así debe estar la Patria,
que mientras están sus novios metidos entre
la Cárcel se deja crecer las trenzas y pone
triste la cara. Así vamos a encontrarte,
así vamos a encontrarla, suelta la voz nosotros,
y ella y tú de trenzas suelta y llanto
en la palabra y ese calor de fiesta en la provincia
de las novias que esperan como patrias.
REGRESO AL MAR
Siempre es el mar donde
mejor se quiere, fué siempre el mar donde mejor
te quise; al amor, como al mar, no hay quien lo
alise ni al mar , como al amor, quien lo modere.
No hay quien como la mar familiarice ni quien
com la ola persevere, ni el que más diga en lo que
vive y muere nos dice más de lo que el mar nos dice.
Vamos de nuevo al mar;quiero encontrarte la hora
más azul para besarte y el lugar más allá para quererte,
donde el agua es al par agua y abismo, en la alta mar,
en donde el aire mismo se da un aire al amor y otro a la muerte.
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